El pulso a Dios

20 Julio de 2018



Por Marcial Franco B.


¡Cuántas personas sufren en estos días de purificación! ¡Y cuántos padecen de más, innecesariamente! Para vivir en este período histórico, hay que modificar muchos conceptos e ideas personales que en décadas anteriores resultaron válidos, pero ya no. Hay que sustituir nuestro manual de instrucciones, nuestro plan de vida, por el de Dios, pues estamos inmersos en tiempos muy especiales: los denominados Últimos Tiempos y en el desarrollo de lo contenido en el Libro del Apocalipsis.


¡Tantos adolecen interiormente, arrastran su existencia!, pues continúan empecinados en lograr que el día a día sea acorde a lo que habían imaginado para sus vidas: el cumplimiento de sus proyectos, anhelos, apetencias y deseos. Y si no es así, se amargan, pues se empeñan en no querer entender que Dios nos está moldeando, cincelando para el bien de nuestras almas; Él tiene otros planes y caminos para cada uno de nosotros, y éstos difieren de los nuestros (Isaías 55:8).


Entre los errores más comunes, está el esperar a que cambie la situación –a mejor- para cambiar nosotros; sin embargo, frecuentemente, el algoritmo a seguir es justo el contrario: “somos nosotros los que tenemos que cambiar” para que la situación, y por ende, la cruz, sea más liviana. Y este alivianamiento de la carga es con frecuencia, susceptible de ser logrado mediante la astucia y la solicitud de inspiración al Espíritu Santo para enfrentar el asunto o asuntos en cuestión.


Pero ¿por qué ese empeño en omitir que la vida del cristiano en este mundo es milicia?: aprendizaje, pruebas, forja; aspecto éste que no terminamos de aceptar. Tratamos de erradicar la cruz de nuestra existencia, y entonces ¿qué mérito tendremos y qué le presentaremos al Señor –a Él que se entregó por nosotros-? ¿Una vida regalada?


A lo que se nos insta, es a cargar con nuestra cruz de cada día, a seguir a Jesús (Lucas 9:23) y a acudir a Él cuando estemos cansados y fatigados (Mateo 11:28), para hacerla más llevadera, previa aceptación de la misma y que ésta no nos aplaste; y si nos encarrilamos adecuadamente, incluso lograremos que sea tan ligera que casi no pese, a modo de Santa Teresa de Jesús. Además, nos inundará la alegría de saber que pese a los múltiples inconvenientes, por fin, estaremos caminando por Su sendero, el que tenía previsto para nosotros, y por ende, fusionándonos a Su Voluntad.


Olvidamos a conveniencia que el tránsito por este mundo es como un examen, y que la verdadera vida es la otra; sin embargo, nos empecinamos en pretender vivir el Cielo en la Tierra y una vida exenta de problemas, o que si existen, éstos no nos perturben.


Adquirir el enfoque adecuado para afrontar las situaciones del día a día implica percatarse de las armas que Dios nos concede; son las cartas o herramientas con las que contamos “no para hacer que los problemas desaparezcan sino para solucionarlos o aprender a soportarlos”; normalmente ello implica utilizar la inteligencia, que se convierte en sabiduría cuando está inspirada por el Espíritu; también conlleva cotidianamente un esfuerzo, que a veces es máximo, pero acorde a nuestras capacidades. No se nos asigna una cruz superior a nuestra fuerzas, aunque a veces lo parezca. Conviene obrar como una hormiguita, en lo pequeño del día, sin plantearnos el esfuerzo a realizar a medio o largo plazo para no agobiarnos, pues a cada día le basta su afán (Mateo 6:34) y las fuerzas se nos conceden dosificadamente.


En ocasiones, también es precisa la templanza de frenar en seco, para evitar ofuscarnos u obcecarnos con el tema que nos ocupe, y retomarlo al día siguiente, con perspectiva fresca y renovada.


Pero si no nos despojamos de nuestro ego, seguiremos sufriendo; y esto continuará así mientras no cambiemos el “yo quiero, yo anhelo o yo deseo” por lo que Dios quiere, anhela, espera y desea de cada uno de nosotros. Se trata de sustituir el “yo” humano” por el “Tú” divino. Se trata de intentar ver con Sus ojos el camino que quiere que sigamos, no el que nosotros quisiéramos seguir; sin olvidar que Él busca nuestro bien: desea que consigamos el premio al final del trayecto, sabiendo que el sendero contiene numerosos obstáculos.


¡Cuántas cosas son la antítesis de lo que pensamos! Percibimos los obstáculos como algo negativo y sin embargo, es el superarlos y la forma en que lo hagamos lo que nos posibilita el reporte de méritos para el alma. Se trata de rebasarlos con el mejor talante posible, sin culpar a Dios de la existencia de tal o cual inconveniente, pues rebelarnos contra Él es de las peores opciones, ya que al final, esta rebeldía, sublevación o falta de sometimiento a Su Voluntad, redundará aún más en nuestro propio perjuicio.


La misma contradicción acontece con las personas; aquellas que más nos hacen daño en esta vida, son las que sin saberlo, están tejiendo nuestra “corona de gloria”. Quizás, en parte, por esto nos dijo el Señor: “Amen a sus enemigos” (Mateo 5:44).


Una de las pruebas más difíciles es “cuando no entendemos”; cuando nos encontramos inmersos en una encrucijada que no comprendemos o pensamos que nos ha repercutido perjudicialmente; pero si seguimos adelante retomando y perseverando en la fe, entonces, entiendo que habremos superado la prueba.


A modo de ejemplo personal a este respecto, relataré que hace años tuve entre manos un proyecto que para mí era muy importante realizar. Creía que además de necesario, era lo mejor para mi vida; pensaba que en este proceso, durante meses, estaba siendo guiado en mis meditaciones por el Cielo para llevarlo a cabo, pues ése era mi anhelo y disposición. Sin embargo, al final el proyecto no salió y todo se me derrumbó. No entendí nada y aún a día de hoy sigo sin comprender qué sucedió, pero tras reponerme del varapalo que me afectó profundamente, decidí continuar con mi fe. Lo que ahora sí sé es que de haber resultado aquel proyecto, probablemente, hoy no estaría desarrollando esta labor que vengo realizando. Lo demás, supongo, lo entenderé cuando pase al otro lado...


Con frecuencia, me encuentro con personas que no han aceptado que la vida no haya resultado como ellos esperaban; tampoco ven que a pesar de todas las dificultades y su ofuscación, es Dios quien los está guiando, sustentando y sosteniendo para que no desfallezcan. Son personas que en algún momento de su tránsito anclaron su relación con Dios y desde entonces, y contraproducentemente para sí mismos, “luchan con Él en un continuo pulso” que no pueden ganar, pues no han aceptado Sus designios para sus respectivas vidas; continúan empecinados en que su existencia sea como ellos habían imaginado, sin ni siquiera considerar que probablemente fue precisamente Dios quien los salvó de un destino bastante peor del que ahora enfrentan. Pecan de soberbia echando culpas a todo y a todos de lo que les ocurre, como si los malos siempre fueran los demás; sin parar a analizarse con detalle a sí mismos.


¿O somos tan ilusos, prepotentes y engreídos como para pensar que al final, en el juicio ante Dios, Él tendrá que reconocer que estaba equivocado y que nosotros teníamos razón? ¡No! Veremos Su verdad, la auténtica realidad del “Libro de nuestra Vida”; no la que ahora admitimos erróneamente como única verdad válida, manipulada y tergiversada con nuestra pequeña, limitada, defectuosa e interesada percepción.



Pero estas almas sufrientes, erradas o no, transitan hirientes por no dar el brazo a torcer; y aunque les indiques que los mensajes del Cielo son la clave, el manual de instrucciones y que ahí está la verdadera visión, advertencias y recomendaciones para estos tiempos, tanto para ellos como para los suyos, se niegan a ver y hacen caso omiso, pues hace tiempo que le cerraron la puerta Dios; y no la quieren volver a abrir, ya que el Señor no se ha sometido a sus requerimientos.


Al Señor “le exigen” una y otra vez respuestas y soluciones a sus problemas, sin lograr ver Su mano en sus vidas, pues si no fuera por Él, ya hace tiempo habrían sucumbido. Nunca ven ni agradecen lo que tienen, sino que reprochan lo que no tienen. Y dime, ¿antes de lamentarte por tus carencias y lamerte las heridas, hoy te acordaste al menos un instante de la “nueva situación” que viven millones de personas en Nicaragua, Venezuela, Nigeria o en otros tantos países del mundo?


Estas personas que ven el fallo fuera y en los demás, nunca dentro de sí, lamentarán eternamente su tozudez, pensamientos y comentarios si con humildad no rectifican a tiempo; verán su alma como realmente es –no como la imaginaban- y ésta estará llena de miserias y errores, muchos de los cuales achacaban a terceros. Esta actitud genera un efecto multiplicador y secuelas, pues se transmite intergeneracionalmente de padres a hijos, los cuales copian, aumentan y deforman aún más lo que han visto en casa, en sus progenitores.


Por eso, Dios los llama una y otra vez por diversos medios para que antes de que sea tarde, recapaciten y se den cuenta que fue precisamente el camino que Él permitió o eligió para ellos la mejor opción para su alma de entre todas las que ellos imaginaban como posibles y deseadas, pues éstas estaban siempre exentas de problemas de envergadura, y no conducían a la salvación. Que fue Él y nuevamente por Amor quien los rescató del punto en el que por decisión propia ya se encontraban.


Es muy frecuente que los desasosiegos o angustias de hoy tengan su raíz en relaciones personales de pareja iniciadas en el pasado o en los vicios (drogas, alcohol, etc.). Y de esto también se culpa a Dios. A este respecto, a veces me pregunto: ¿Te dijo Dios que tuvieras relaciones sexuales con tal o cual persona sin estar casado/a? ¿Esperaste el tiempo suficiente por la pareja que Él te podía haber concedido? ¿O más bien fuiste exhibiendo tu cuerpo, templo del Espíritu Santo y te lanzaste a subastarte, o te dejaste seducir por lo fácil? ¿La pareja de la que ahora tanto te quejas y reprochas te la buscó inicialmente Él o tú? Y lo mismo con las drogas o el alcohol. ¿Te dijo Dios que te engancharas? ¿Le preguntaste antes? ¡No! Pero ahora le exiges y le responsabilizas por algo que tú iniciaste. Entiendas o no entiendas ¡le exiges con tu visión limitada y cercenada!


Al final, lo comprendamos o no, la historia de la humanidad es una historia de amor que transciende más allá de este mundo. Es el amor el condimento indispensable para entender, aceptar, perdonar y rectificar. Cristo por amor, se inmoló por nosotros, entregándose completamente a sí mismo hasta la extenuación.


Quienes aspiramos a la salvación debemos ahora corresponder a tan sublime entrega. Es lo que Él espera de Sus hijos: la humildad necesaria para reconocer nuestros errores y el verdadero arrepentimiento antes del Día. Si nosotros, Su pueblo, modificamos por fin nuestra actitud para someternos a Sus designios, Él nos perdonará con Amor en su infinita Misericordia; pero si continuamos soberbiamente con este pulso inútil, enfrentaremos Su Justicia y el destino que por méritos o decisión propia merezcamos.


También en este momento, parte de la humanidad mantiene un pulso contra Dios, intentando desacreditar, confundir y desprestigiar todo lo divino. No es momento de nimiedades, dobleces, tibiezas ni indecisiones, pues quien no está con el Señor, está contra Él (Mateo 12:30). Son los tiempos predichos en los que se separa el trigo de la cizaña y cada uno haciendo uso de su libre albedrío, debe elegir el camino a seguir.