Impactante mensaje dado desde el purgatorio por el Papa Pablo VI a la religiosa Benedicta de la Cruz en 2022

 




TESTIMONIO 25 Ago 2022: Impactante mensaje recibido por la Hermana Benedicta de la Cruz del Papa Pablo VI. Publicado el 4 de Febrero de 2022 por Producciones BJM:


Vídeo (duración 26,37 min.): https://odysee.com/@profeciascambiodeera:d/Mensaje-recibido-por-la-hermana-Benedicta-de-la-Cruz-dado-por-el-Papa-Pablo-VI:c


Vídeo en YouTube (duración 26,37min.): https://youtu.be/qnS3w4aEovw



El siguiente es un IMPACTANTE mensaje recibido por la hermana Benedicta de la Cruz, religiosa de vida contemplativa de Clausura quien vive en un Monasterio en algún rincón de la amada Colombia. Mensaje dado por el Papa Pablo VI el 4/2/2022. La hermana Benedicta de la Cruz, recibe mensajes y visitas de Nuestro Señor Jesucristo, la Santísima Virgen María, los Papas y los Santos, desde los 7años. Además, ha recibido la gracia de ser ESTIGMATIZADA.


Importante: Al ser esta una revelación PRIVADA, ningún hermano (a) católico está en obligación de creerla; sin embargo, dice la Palabra de Dios: “No apaguéis el Espíritu, no despreciéis las profecías; examinad cada cosa y quedaos con lo que es bueno” (1 Tes 5 : 19-21)



El mensaje dado en el vídeo comienza con estas palabras de la hermana Benedicta de la Cruz:


Estoy rezando el segundo misterio del Santo Rosario, veo que en la ventana se hace una sombra negra entre las cortinas, pero no me produce miedo, de alguna manera el Señor me ha dado una fortaleza que hasta yo misma me sorprendo muchas veces; es algo que no puedo explicar pero que sé muy bien, que esta fortaleza proviene de Dios. Yo sigo rezando y observo la sombra, le asperjo agua bendita y trazo la señal de la Santa Cruz, pero no se va, sigue allí; descarto que sea un demonio y eso me da alivio; veo que esa sombra oscura se acerca; tiene forma humana. Es un hombre delgado, anciano, tiene sotana blanca, pero está muy sucia y rota; tiene unas cadenas gruesas en sus manos, está llorando y se tapa el rostro. Yo pregunto: en el nombre de Dios ¿quién es usted? ¿qué quiere? Me mira ¡Oh Dios! y me dice con voz quebrantada: mi nombre es Giovanni Montini, ¿me recuerdas hija? Me sorprendo, lo estoy viendo y digo, ¡pero Santo Padre en qué terrible estado lo vuelvo a ver! la vez pasada lo vi de lejos en medio de terribles tormentos; pero ahora usted está tan cerca de mí ¿Por qué viene? ¿Qué desea? Me dice: “Para mi vergüenza y confusión nos volvemos a ver; siento una gran pena de presentarme en este estado”.


>Pero, ¿por qué lo hace?


Es la voluntad del Justo Juez y quiere que saques a la luz lo que atormenta mi alma y que es la razón de este terrible sufrimiento que llevo desde el año 1978; hoy vengo a hacer una confesión pública.


> No comprendo por qué vienen a mí, si yo lo único que puedo hacer por ustedes es orar. Él me dice: tú eres la mujer de las predilecciones y uno de los tesoros ocultos de la Iglesia y el mismo Dios te ha marcado con su Cruz y te ha hecho Apóstol de la Iglesia. Nosotros no venimos por cuenta propia, es el Hijo de Dios quien nos ordena venir como parte de la expiación, Son designios inescrutables y por ahora incomprensibles al entendimiento humano; pero un día la Verdad saldrá a la luz y esta luz iluminará a toda la Iglesia.


> Santo Padre le escucho.


Él prosigue: estábamos viviendo una época posconciliar, alrededor del año 1972 cuando comencé a tener un profundo y claro pensamiento de la realidad que vivía en ese entonces la Iglesia. Yo fui un gran entusiasta de las novedades modernistas y con ello contribuí a la degradación de la Iglesia, transformándola en una Iglesia protestante, donde quedaba sepultado el Sacrificio del Calvario. Si mi antecesor abrió las ventanas de la Iglesia, yo abrí las puertas de par en par. Yo estaba convencido de que mis ideas eran correctas y que propiciarían un nuevo clima en toda la Iglesia, haciéndola más fresca y atractiva principalmente para los jóvenes, pero estaba equivocado. Yo no me dí cuenta de este error, sino mucho después y con mis propios ojos comprobé que en lugar de cristianizar a los pueblos, por el contrario, estaba propiciando la descristianización no sólo de los pueblos sino aún de la misma Iglesia. Yo fui sin saberlo ese lobo que entró en la Iglesia para destruirla con nuevas ideologías que ponían en peligro y socavaban la Fe Católica. Tarde me dí cuenta del grave error que había cometido y no tuve el valor para enmendar mis errores; justo es mi castigo por haberme comportado como un traidor de la Iglesia y de Cristo, su cabeza. Fue entonces cuando en la soledad de mi habitación y mirando a través de la ventana me dije muchas noches: “he cometido un error al acceder a ciertas peticiones de ideas contrarias a la única verdad revelada”, me repetía muchas veces “me equivoque promoviendo lo incorrecto, yo soy el responsable de haber abierto las puertas a la herejía”, y me venía continuamente el rostro de Monseñor Marcel Lefebvre; y me decía una y otra vez: “tenía razón”. Él tenía razón y yo no quise escucharlo”, me atormentaba el haberlo tratado con arrogancia; fui injusto con un verdadero defensor de la Fe Católica, pero mi soberbia me tenía cegado en ese entonces y no me permitía aceptar mi error; fui déspota con él y con otros Cardenales que me hablaban a la luz de la verdad; yo era el ciego, No ellos. Ahora es muy tarde para mí, estoy pagando el justo castigo que merecen mis malas decisiones. Yo estoy en el fuego, un fuego inextinguible y él está en la Gloria y desde allí defiende la Fe Católica y a la Iglesia, Madre de Sabiduría y de la Verdad; debo reconocer que la fraternidad que fundó Monseñor Lefebvre, pese a mi oposición y la de muchos, posee los medios suficientes para restaurar la Iglesia y darle plenitud y resurgimiento a la vida sacerdotal.


Reconozco, aunque tarde, que Monseñor Lefebvre no actuó en desobediencia a la Iglesia. Él obedecía a Dios antes que a los hombres y el Espíritu Santo lo llevaba por el camino de la verdadera obediencia. Monseñor Lefebvre nunca traicionó su conciencia. Él se abstuvo de hacer alianzas con el mundo y las nuevas corrientes ideológicas que surgían en ese entonces. Él siempre defendió lo correcto. Defendió con su vida el auténtico Magisterio de la Iglesia. Él estaba en la razón. Era yo el equivocado.


Yo, siendo el vicario de Cristo, fui el que promovió un Cisma dentro de la Iglesia. Fui el promotor de muchos y graves errores y sobre mi pontificado pesa una dura cuenta. Yo soy el causal de que el humo de Satanás haya entrado en el Templo de Dios. Yo como cabeza de la Iglesia tuve la principal culpa y por mi cobardía dejé que todo tomara alcances insospechados. Si bien es cierto, en un principio, obré por ignorancia; luego lo hice a plena conciencia sin ningún temor de Dios; y aún así, no hice nada para enmendar mi error. En mí, sobrepujaban otros intereses, no el bien de la Iglesia. Y obedecía fielmente a quienes de alguna manera me obligaban a continuar el camino iniciado. Un camino que yo sabía muy bien, era nocivo y dañino para la fe católica.


> Santo Padre, ¿quiénes estaban detrás de todo lo que dice?


La Mafia de San Galo, formada por clérigos masones de alto rango eclesiástico y con mucho poder. Satanás fue su cabeza; sus demonios infiltrados en altos cargos, expandían sus tentáculos dentro de los corredores del Vaticano, paseándose libremente dentro de la Iglesia. Yo estaba ciego y sordo. Sólo escuchaba un solo lado. Me cerré a aquellos nobles cardenales y obispos que defendían la tradición del Magisterio de la Iglesia. Justo ha sido mi castigo. ¡Qué caro lo estoy pagando! Mi más grande dolor es que mis sucesores no han hecho nada para impedir la ruina de la Iglesia. No han sido radicales en la toma de decisiones. Han permitido que los errores continuasen. Ahora, ya es muy tarde, y esto aumenta mi tormento. No saben cuánto estoy sufriendo. Y saber que yo soy el responsable... pero es justo, muy justo mi castigo. Mis actos han contribuido a que la Iglesia se desmorone. He desacralizado toda una tradición. No guardé el depósito de la fe. He contribuido a la pérdida de valores morales de familias. He propiciado que muchos clérigos y religiosos abandonen su vocación por ir tras el mundo y sus pervertidas seducciones. Yo merecía el infierno más que otros, porque el rebaño confiado a mi cuidado, estaba perdiendo la fe. Yo entregué la Iglesia a los lobos que desean matar a las ovejas. Las ovejas están huyendo de la Iglesia como del enemigo, y con razón, porque Satanás ha tomado el control de la Iglesia a través de su propio vicario. La Iglesia ha perdido el horizonte y viaja a pasos rápidos hacia el abismo. Llevo una eternidad llorando mi culpa. No hallo descanso ni consuelo porque me convertí en asesino de almas al promover tantos errores. Cada sacrilegio que propicié en mi pontificado, debo expiarlo a fuego en medio de duros tormentos. Yo permití que la duda entrara en el corazón de la Iglesia, y con la duda entró la incertidumbre, la inquietud, la insatisfacción; hubo problemática confrontación entre todos. Dejamos de vernos como hermanos. Se perdió el respeto y la caridad mutua.

Después del Concilio nos veíamos como enemigos, administradores escalando puestos. Dejamos de ser pastores. Nos convertimos en meros administradores y asesinos de almas. Promovimos un “falso ecumenismo” que tiene a Satanás por cabeza y no a Dios. Quitamos a Dios del centro de la Iglesia para entronizar al hombre; quitamos lo divino de la Iglesia para convertirla en puramente natural y humana. Las consecuencias de lo que digo están ahora a la vista de todos. Cuánta razón tenían los padres conciliares que defendían la tradición de la Iglesia, pero en mi soberbia no quise escucharlos, y ahora es demasiado tarde para dar marcha atrás. Ya no se confía en la Iglesia; entró la duda en la conciencia y llegamos a días de oscuridad.


Yo, Pablo VI, no soy digno de estar en la Basílica de San Pedro; yo soy el autor y promotor de una gran tempestad en la Iglesia. Tuve la oportunidad de frenar ideologías revolucionarias como el modernismo, pero no lo hice; y ahora se están viendo las consecuencias. Sé que no sirve de nada pedir perdón a estas alturas, pero les ruego perdonen mi mala administración.


No me tengan por santo, porque no lo soy, padres de la Iglesia. No engañen más al pueblo de Dios. Teman a Dios porque Él es Santo y Su nombre es poderoso. Jesucristo es el único hijo de Dios a quien se debe seguir y servir en fidelidad. No hay otras religiones. La única y verdadera religión es la católica, señores príncipes de la Iglesia, no mientan. La verdad es una sola. No lleven a las almas a la muerte. No cometan el error que yo cometí durante mi pontificado. Pero sé que no escucharán porque les convienen otros intereses. Aquí donde me encuentro, todo se paga, hasta lo más insignificante y a nosotros se nos juzga con severidad. Debo aprovechar esta única oportunidad que el juez justo me concede en Su bondad para pedir perdón a toda la Iglesia por mi mala administración como vicario de Cristo. En mi pontificado se cometieron graves errores y se permitieron muchos pecados… Perdón, perdón. No puedo ocultar mi vergüenza ni mi dolor. Pido perdón a toda la Iglesia por haberlos entregado en manos de los enemigos, por haber sido cobarde y haber huido cuando veía que se acercaban los lobos. Perdón, perdónenme, se los ruego. Estoy sufriendo el justo castigo que merecemos los papas; grande es mi deuda contraída con la justicia divina. Quede claro que es Dios y nadie más quien guía a la Iglesia y quien la salva. Fuera de la Iglesia católica no hay salvación; no engañen a las almas señores príncipes. Los que me conocieron saben que nunca aspiré a ser Papa y tuve terror cuando me eligieron. No es fácil ser vicario de Cristo. Mi cargo era un llamado a dar la vida por las ovejas. Yo le fallé al Señor y lo que hice fue matar a sus ovejas; las ovejas que me confió. Yo promoví en gran medida y con diligencia la destrucción de la Iglesia, tal como lo están viendo en este tiempo. ¡Qué terrible dolor, que angustia la que siento! Justo ha sido mi castigo.


Ahora interviene Benedicta:


> Santo Padre, perdone usted por lo que voy a decirle, pero ¿no cree que ya es muy tarde para lamentarse? Esto lo hubiera manifestado en vida, pero ahora ¿qué sentido tiene? Perdónenme Santo Padre, pero fueron ustedes los que tomaron las decisiones equivocadas, y como usted mismo dice, “a conciencia”,y han llevado a la Iglesia al borde del abismo; y no sólo usted, también sus sucesores que no han hecho nada por salvar a la Iglesia de las almas de la ruina espiritual; ustedes como vicarios de Cristo, tienen el encargo de ser guardianes de la fe católica y de las tradiciones necesarias para el mantenimiento de esta fe; y sin embargo, no les ha importado hacer alianzas con el enemigo, dando toda clase de escándalo con los modernistas. Son los responsables directos de que no se considere la Santa Misa como el Sacrificio del Calvario. Ustedes han protestantizado la Misa y los templos parecen centros de convenciones. Ustedes se han lavado las manos como Pilatos. Prefieren dar libertad a los asesinos y condenan a muerte a los justos, a aquellos que procuramos defender la fe católica. Ustedes se han comportado peor que Judas Iscariote, porque Judas vendió al Señor por 30 monedas, en cambio ustedes matan las almas sin ningún remordimiento. Sólo les importa guardar las apariencias. Ustedes han obrado con cobardía y a traición en pago del don que nuestro Señor Jesucristo les ha otorgado gratuitamente como es el Ministerio Sacerdotal, sublime, divino y humano a la vez. El mismo Jesucristo a quien ustedes dicen servir los nombró príncipes de la Iglesia, ¿y así pagan a su maestro? La mayoría han denigrado la dignidad sacerdotal entregándose a toda clase de libertades impúdicas y escandalosas. No les ha importado pisotear el Ministerio que Dios les confió, así como tampoco les ha importado que muchos pierdan la fe y se alejen de la Iglesia escandalizados por vuestro comportamiento réprobo. Ustedes debieron corregir los errores a tiempo y corregir a aquel que se equivoca, porque ¡es que es humano equivocarse!; en cambio lo que hacen, es tapar y ocultar el pecado; y en el peor de los casos, imponer el pecado bajo una falsa misericordia, como lo vemos hoy en día. ¿De qué les ha servido tapar una llaga infectada, si primero no la han limpiado por dentro? Ustedes como sucesores de Pedro tienen el encargo divino de defender a la Iglesia y a su Cuerpo Místico de los lobos y no salir huyendo cobardemente. Ustedes han obrado con falsos respetos humanos y en lugar de combatir el horror hasta extirparlo de raíz, se aliaron con el mundo del enemigo; del enemigo de Cristo. ¿Y ahora usted viene a decir “lo siento”? ¿No le parece que es un poco tarde? Perdone Santo Padre si le he hablado a la ligera y con presunción.


(El Papa hizo silencio, agachó su cabeza, y luego me miró, y dijo:)


Tienes razón. Lo que has dicho es muy honesto y no me parece que sea presunción. Has hablado correctamente porque en tu corazón hay honestidad y arde un gran celo apostólico por la Iglesia, que lamentablemente, muchos lo han perdido. Tu voz, es la voz de una Iglesia que está herida por nuestra negligencia y falta de caridad, porque ya no se transmite lo que recibimos desde hace más de 2.000 años. Ahora se transmiten sólo errores y falsas doctrinas que conllevan a la pérdida de la fe católica. Sobre nosotros recae todo el peso de la culpa. Ustedes fueron las víctimas del Concilio.


Dios es quien me obliga a hacer esta “confesión universal”, aunque para ello tenga que venir del más allá; y lo debo hacer contigo porque eres la Santa Cruz. Tú llevas en alto lo que yo pisoteé soberbiamente con mis actos. Vosotras, frágiles doncellas, sois los pararrayos de las Iglesia, herederas del Cielo porque defendéis la verdadera fe católica. La fe que a causa de mis malas decisiones he contribuido a matar en muchas almas. Vosotras,en cambio, a pesar de los muchos sufrimientos, permanecéis firmes en la fe y os apegáis a la tradición de la Iglesia. Vosotras sois como María que permanece firme al pie de la Cruz. Esto es digno de admiración en el Cielo y en la Tierra y hace que me abrume la vergüenza.


Hablaré una vez más y luego, callaré:


Que toda la Iglesia escuche mi confesión. Yo Pablo VI me confieso culpable del desmoronamiento de la Iglesia y de la muerte de las almas.

Cometí el gran error de dar vía libre a las ideas modernistas que golpearon con fuerza los muros de la Iglesia en ese entonces. Yo permití la desacralización de la liturgia e introduje el protestantismo en el Santo Sacrificio de la Misa. Como Papa, soy el responsable de la destrucción de la Iglesia al permitir tantas novedades. Por eso permanezco aquí en medio de tantos tormentos; soy flagelado continuamente a fuego. Mi alma sufre lo indecible y aquí estaré hasta el final porque las consecuencias de mis actos repercuten hasta el final de los tiempos. Yo no sólo he promovido el desastre en la Iglesia sino la ruina de todos los pueblos. Propicié la rebelión de los clérigos; la desacralización de todo lo santo. Yo obraba por ignorancia pero estaba convencido de que al promover las novedades dentro de la Iglesia se aumentaría el fervor espiritual que comenzaba a pesar en la Iglesia. Pero me equivoqué. Muy tarde reconocí que había cometido el peor error de mi vida. Le abrí las puertas a Satanás para que entrara libremente a la Iglesia y la socavara desde dentro. Pronto la secularización y la falta de unidad me atormentaron en lo profundo de mi tumba y ello me llevó a la tumba. No podía frenar lo que yo mismo había iniciado.

Tuve la oportunidad de parar todo, pero me encontré en un callejón sin salida. Me resistí a escuchar al Espíritu Santo que golpeaba en mi corazón insistentemente; y en cambio, me dejé persuadir por la Masonería eclesiástica que continuamente me rodeaba y me hablaban con palabras aduladoras llenas de un falso brillo, hasta que terminé por acallar mi conciencia. Tuve muchas noches de terror y al final, mi vida, mi muerte, fue terrible. Cada noche se presentaba en mis pensamientos la destrucción de la Iglesia. Estaba convencido de que me condenaría, pero me salvó la Misericordia de Dios. Sin embargo, lo estoy pagando terriblemente y de esta cárcel no podré salir hasta que haya pagado hasta el último centavo.

Ciertamente Roma será destruida por su maldad. Todos aquellos que se han prostituido con la Roma moderna llorarán su desgracia. La Iglesia será purificada hasta sus cimientos. Pronto vendrá el exterminio y el mundo tendrá que sufrir las consecuencias de la peor de las guerras, porque han desafiado a Dios y lo afrentan con toda clase de pecados. Pronto, todos los pueblos y naciones verán claro al enemigo de Cristo y su falso vicario. Lo reconocerán por sus blasfemias y herejías, por el asedio, el odio y la persecución hacia la Misa tradicional, aquella que guarda el depósito de la fe en la Iglesia. Entonces, el velo será corrido y esto creará un nuevo Cisma de grandes magnitudes, peor que el que está viviendo la Iglesia actual.


Al inicio de la Cuaresma vendrá un amigo vuestro.Te alegrará el verlo y con él confirmarás lo que acabo de decir. No puedo decirlo. Mi boca no es digna de pronunciar su nombre santo. ¡Perdóname, por favor, perdóname! Yo soy como un mendigo que pide limosna. ¡Oren por mí!


> Santo Padre: ¿Puedo ofrecer misas por usted?


La justicia divina no permite que se me aplique este sufragio en castigo por lo que hice en contra de la Santa Misa. Sólo participo de los sufragios del 2 de Noviembre*. Sin embargo, me alivia la oración del Santo Rosario. Ahora, debo volver a Dios.


(Y desapareció)



* 2 de Noviembre es el día en que se conmemora la festividad de “Todos los Santos”